martes, julio 21, 2009

Peña x 2 (parte 1)

La tarde en la que entrevisté por primera vez a Fernando Peña la terminé tomando una cerveza con el fotógrafo Luis Abadi, con quien descubrimos, después de brindar, que éramos primos lejanos. Su abuela y la mía compartían el apellido y en el árbol genealógico había algunos nombres en común, motivos suficientes para que dos descendientes de turcos comenzaran a llamarse 'primos'

Fuimos a tomar cerveza a su casa como una manera de distendernos porque la nota nos había estresado. Peña nos había estresado. Con su ciclotimia, con sus ganas de putear a los famosos (ese día estuvo especialmente duro, valga el chiste fácil, con Nico Repetto), con su moral de principito y sus aires de reina

Esa tarde siempre la recordaré porque tuvo un comienzo muy inesperado. Nos habían citado en la casa de Peña, pero cuando llegamos alguien, desde el portero eléctrico, nos avisó que Peña nos esperaba en un restaurante cercano. En pocos minutos llegaría un remise para llevarnos, nos avisó la voz del portero. Con uno de sus perros sobre la falda, Peña encabezaba la mesa, que estaba compuesta por su equipo de producción de radio. Nos presentamos y él se despidió del resto para sentarnos apartados en una mesa muy chica, en la que nuestras caras quedaron bastante cerca. Tomaba vino blanco frío y champagne, alternadamente

Prendí el grabador y la lucecita roja no se encendió ni giró el caset. Peña se hizo cargo de la situación, agarró el grabador y lo quiso arreglar. Le pegó, le gritó, lo abrió y diagnosticó que era un problema de la correa. 'Hace falta uno nuevo', dijo y se levantó de la mesita y salió disparado a comprar un grabador nuevo. El perrito saltó de su falda y lo comenzó a perseguir, lo mismo hicimos con Luis, que le empezó a sacar fotos por las calles de Martínez. Desde los autos la gente lo saludaba. También las colegialas que pasaban a su lado. Lo alcancé porque la barrera lo detuvo para que pasara el tren. La energía que emitían Peña y el tren eran similares. Iban hacia adelante, todo el tiempo, con toda la fuerza y también con toda la prepotencia



Entramos a una disquería de barrio de esas que no quedan muchas. El dueño lo saludó con un beso y cambiaron algunas palabras. Peña le explicó la situación y eligió un grabador. 'Va a ser un honor para mi regalárselo a la redacción de Hecho en Buenos Aires', anunció, mientras me lo daba. Pagó con 100 pesos*, se dio media vuelta y se fue. Mientras encaraba hacia la puerta lo saludó al dueño, que lo empezó a correr para darle los 40 pesos de vuelto. Cada vez éramos más persiguiendo a Peña. Él tomó el dinero con desgano, como si ese gesto le hiciera perder tiempo

Volvimos al bar, nos sentamos en la misma mesa, le puse las pilas y el grabador nuevo tampoco arrancó. 'No me digas que son las pilas porque el cuento sería buenísimo', se adelantó Peña, mientras se reía. Salí a comprar pilas a un kiosco, volví y con las pilas nuevas el grabador nuevo empezó a andar. Probé las pilas en mi grabador, que recuperó su habitual buen funcionamiento. Fue un comienzo estresante para una nota que no iba a ser precisamente relajada

Mi estrategia era no dejarlo desarrollar su personaje de declarador polémico. En cuanto empezaba a hablar de sexo muy explícitamente ('Me mandaron al psiquiatra a los 12 años porque estaba chupando una pija. Me encajaron Rivotril y otras pastillas por chupar una pija') o a putear a alguien ('yo no puedo vender algo que no me gusta. Eso lo hace un Andy Kusnetzoff, yo no'), le cambiaba de tema y le hacía una pregunta bien colgada, tipo 'cuál es tu olor preferido'. Entrevistar a Peña era como boxear: había que pegar y esquivar golpes. Si la cosa se pudría, lo mejor era abrazar al rival hasta que pasara la bronca

En un momento de la nota, mientras hablaba de su mamá, se puso a llorar. Se emocionó mucho y se le llenaron los ojos de lágrimas. Me incomodó verlo llorando desde tan cerca, no me pude hacer cargo del momento y, para salir del paso, le pregunté algo sobre la obra de teatro que estaba por estrenar. Él empezó a responderme, me clavó la mirada y dijo 'no te la bancaste, te pusiste terrenal'. Recién levantado de la lona me clavó una ñapi durísima

La nota fue larga, de casi una hora. Peña no había escondido su lado polémico, pero se había animado a jugar, a recordar, a reflexionar sobre sí mismo y sobre otros temas. Había sido una pelea leal. Cuando terminamos nos fuimos a lo de Luis a recuperar el aliento, estábamos casi vencidos por ese peso pesado. 'No sé cómo te bancaste esas miradas en un box tan chico', me dijo Luis. Yo no lograba entender si la nota había sido buena o no, había estado tan sumergido en la charla que no podía tomar distancia para analizarla. Cuando lo volví a ver, tres años después, le dije que era el periodista al que le había comprado el grabador y se acordó perfectamente

* El precio es estimativo, pero sí me acuerdo que eran 40 mangos de vuelto

1 comentario:

Nachox dijo...

Te puede gustar lo que hacía o no... pero no se le puede dejar de reconocer que era un groso...